viernes, 29 de enero de 2010

Templado y sin compromiso o "¡Qué buen polvo broder!"

Tengo el pasaje comprado. Un amigo del Puertorro es agente de viajes y a través de jugarretas con mis kilómetros ahorrados y sus privilegios como agente consiguió un muy buen descuento (¿ustedes sabían que viajar a Puerto Rico normalmente cuesta como $770?). Salgo en tres semanas y me quedo semana y media.


Tanto él como yo estamos algo ilusionados. No hemos encontrado muchos chicos que se aclimaten tan bien a nuestros respectivos mundos internos. En las mañanas, cuando aún no se me quita del todo el sueño, lo siento a mi costado, desnudo como yo, y abrazo a mi almohada hasta con las piernas y nos besamos tiernamente. Bueno, en mi mente. No nos pone mucho el cibersexo, lo que nos gusta es arrecharnos mutuamente. Me quito el polo, me sobo sobre el calzoncillo, a él se le para (la tiene deliciosa) y me la muestra, etc.


Sin embargo, esto sólo contribuye a la arrechura maligna. Inútil ante mi genio, hace unos días me levanté a un tipo del gimnasio. Treintón, algo guapo, chaparro y de brazos y pecho como piedra. Hacía tiempo nos miramos ir y venir entre las máquinas. Muchas veces tuve que contener mi erección en los cambiadores, aunque no sólo por su presencia: como dije en el post sobre los saunas, estar desnudo con varios hombres me exita enormemente.


Ese día nos dimos señales más obvias que nunca, miradas más largas; nos demoramos al desnudarnos en el cambiador. Él se metió a propósito en la ducha a mi costado. Tenerlo desnudo duchándose separado por el vidrio traslúcido me la puso al palo instantáneamente y decidí jugar un poco con mi verga, en ángulo en su dirección. Él fue mucho más osado. Él tenía mucha más experiencia en esto; luego me contaría que en el sauna de ese mismo gimnasio se la habían chupado dos veces. Empapaba el vidrio con el chorro de la ducha para incrementar visibilidad y sobaba su miembro vulgar y exitantemente contra él. Yo hacía lo propio, quebrándome para su deleite.


Conversamos por entre las duchas (había poca gente) y quedamos en ir a mi departamento, previa barra energética, para no desfallecer en pleno coito. Fue bastante rico, sus fuertes músculos me encendían. A mí me encanta arrechar a mi compañero hasta que se ponga loquito por darla, por meterla o pedir que se la meta. Duró su buen rato; hicimos de todo.


Conversamos un buen rato después, saciados y desnudos sobre mi cama. Ésa es una de mis partes favoritas de cachar con extraños: los hombres son más honestos después que sueltan el chicle. Le pregunté qué se sentía ser tan lampiño. Descubrimos que teníamos un amigo cercano en común y por qué no nos habíamos hecho el habla uno de estos tantos meses que veníamos chequeándonos en el gimnasio (para él no hubo momento propicio y yo me chupo en ese espacio--fue él quien me empezó a mirar con fogosidad inédita ese día). Me dijo que el tire había estado espectacular y que la chupaba demasiado bien. Él no la rompía tanto, pero a caballo regalado...


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No fumo (nada), tomo muy poco, hago ejercicio y aunque nada quisquilloso, como saludablemente. Ergo, el vicio que me tocó conservar es cachar. ¿Les parece que mejor lo intercambio por otro y vuelvo a mi temprana juventud juerguera con furia?

Con el Puertorro todo está en veremos, nada formalizado y ambos lo sabemos. Me encanta, pero vive en Puerto Rico y ni él ni yo tenemos planes de mudarnos. Tal vez en un futuro semi-lejano. Pero hasta entonces...no sólo de pan vive el hombre.



jueves, 7 de enero de 2010

Prendado o Puerto Rico mon amour

Por fin de año las cosas en el trabajo se desbordaron y no me permitieron hacer nada. Además salieron proyectos de consultorías, con las cuales no terminé hasta el lunes.

Traté de seguir con Suavecito. Esa noche que quedamos, tiramos y comimos calatos en su cama. Yo aún no estaba convencido de la situación. En medio de todo el chongo con mi trabajo no pude ir a verlo y nos cruzábamos al conversar en msn--él dejaba su msn abierto y se iba, o lo hacía yo; no coincidíamos. Ya tiene a otro, quien me dice lo toma más en serio.

Seguí con mis escapadas. Pero me salió totalmente al revés.

Comenzó como un tire cualquiera. De la misma manera que Suavecito. El plan inicial, que urdimos online, era buscar a un tercero o ir a un sauna, pero al conocerlo supe que tenía que llevarlo a mi depa. Era puertoriqueño, pero nada reggeatonero (aunque no me opondría. ¿Han visto a René de Calle 13 o a Pitbull?), alto, blancón.

Hablaba lento y me miraba a los ojos. Besaba de manera que cóncavo y convexo encajaban perfecto. Le gustaba mi barba. Le gustaba hablar cochinadas mientras me la chupaba. La suya era algo larga y gruesa, pero no descomunal, lo cual habría prevenido que las cosas que llegaran a mayores--y a mayores llegaron.

Nos quedamos toda la tarde de un sábado en mi cama. Y toda la tarde y noche del domingo. Y toda la noche del lunes. El martes no fui a trabajar alegando enfermedad. No nos separamos hasta que fue a tomar su avión como a la 1pm.

Quedé medio atontado. Me ensimismaba cuando con mis amigos. Me entraba ansiedad. Recién pensé en pajearme 5 días después de su partida. Es que, como él me escribió en un email hace unos días, hablamos el mismo idioma. En capacidades lógico-discursivas, en la música que nos gusta, las cosas que nos hacen reír, cómo nos gusta experimentar con el sexo. Tenemos teorías similares sobre el origen histórico del clasismo post-colonial sudamericano y le gusta Virginia Woolf.

Hace casi cuatro años que no había sentido algo...bueno, algo. Ahora, por lo inevitable de la geografía, lo pierdo. Lo peor es que insistimos en escribirnos, aunque ambos tenemos claro que hablar de una relación es absurdo. Además, por más fulminante el enamoramiento, sólo nos conocimos tres o cuatro días. Pero fulminado estoy.

Hemos quedado en que lo voy a visitar en febrero.

Lo bueno es que al puertorro le gustan las historias calentonas, así que mi encargo es vivir algunas más para susurrárselas al oído mientras me besa el cuello y me baja el calzoncillo, yo sentado de piernas abiertas sobre su regazo. Tendré encima el cítrico de su colonia mientras le acaricio la espalda y los muslos, y yo no usaré desodorante, como me lo pidió.

Pero todo es tan eventual y, finalmente, inviable...

¿Pueden decirme cómo carajo hace uno para quitarse esta remaldita sensación de encima?